Me complace presentar un artículo escrito por un filósofo de la ciencia. Titulado O capitalismo é selvagem? (ou: por que celebrar Darwin), lo he traducido al español con el título de ¿Es salvaje el capitalismo? (o ¿Por qué celebrar a Darwin?).

Su autor, Mauricio Abdalla, es profesor de Filosofía de las Ciências en la Universidad Federal del Espírito Santo, autor de “O princípio da cooperação” (Paulus) e Iara y “a Arca da Filosofia” (Mercuryo Jovem), entre otros libros.

En una serie de entradas que aquí comienza, presento el artículo completo traducido al español.


¿Es salvaje el capitalismo? (o ¿Por qué celebrar a Darwin?)

Mauricio Abdalla

Universidade Federal do Espírito Santo. Brasil.

Hay una gran confusión en nuestra concepción sobre la naturaleza. Y las cosas tienden a empeorar con una exagerada conmemoración del bicentenario de Darwin. Muchos piensan que la ciencia descubrió que la “ley de la selva” es la ley del más fuerte, la ley de la competición y de la lucha por la supervivencia. Todavía más, piensan que Darwin descubrió esa ley a partir de estudios rigurosos de la naturaleza. Perdónenme por fastidiar la fiesta pero quiero argumentar que tales nociones están equivocadas y que no hay ninguna originalidad ni brillantez que deba ser celebrada en este aspecto de la comprensión del mundo natural.



Los grandes avances de la investigación científica en el último siglo revelaron que la verdadera “ley de la selva” es la integración holística de los sistemas vivos y que todos los organismos supuestamente en competición constituyen, en realidad, partes integrantes de un sistema complejo en perfecta sintonía que ya dura cerca de 4000 millones de años.

Quien estudia la vida de manera rigurosa y crítica sabe que la estabilidad de una célula y de los organismos multicelulares depende de la integración sistémica de sus partes constituyentes. Lo mismo acontece con el ecosistema y con el ciclo vital que sustenta el planeta, del cual forman parte incluso los minerales. Una guerra de todos contra todos resultaría exactamente en lo contrario de la estabilidad: la desintegración de los sistemas y la des-estructuración de la complejidad, soportes ambos del fenómeno que llamamos vida.


Ni el más pertinaz defensor de un mundo desencantado deja de impresionarse (y encantarse!) con una organización extremadamente compleja y en fina sintonía de elementos químicos comunes (esos, sí, desencantados, pues la materia que constituye la vida es la misma que forma los seres inanimados) que interaccionan para formar incluso los más simples de los organismos vivos.

“La selva” es, en realidad, un ambiente de equilibrio e integración, que incluye desde microorganismos invisibles, como bacterias y virus, hasta grandes mamíferos y plantas. Las leyes no están escritas y no hay sistema penal, pero hay un castigo máximo, no otorgado por los legisladores, para aquellos que no respetan la regla del equilibrio: la pérdida de sintonía con el ambiente y, consiguientemente, la extinción.


El propio patrón revelado por los estudios empíricos de la evolución (el registro fósil y la paleogeología), da testimonio de que  los grandes cambios son episódicos y están siempre relacionados con catástrofes y fenómenos excepcionales, tales como la saturación de la atmósfera con oxígeno liberado por las primeras bacterias, el impacto de asteroides, cambios climáticos profundos, etc. El resto de la historia (su mayor parte) contiene pocos cambios estructurales, numerosas adaptaciones y centenares de miles (o millones) de años de equilibrio y estabilidad.

Si, por tanto, “la ley de la selva” es la del equilibrio y de la interacción holística de las partes componentes, de dónde vienen las connotaciones negativas del término “salvaje”? ¿Por qué lo asociamos con la lucha de todos contra todos, la competición y la supervivencia del más fuerte?………………..……..(continúa aquí)………….

 

 

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