Cuvier, entre la ciencia y la administración,…….. y una de arena

Georges Cuvier (1769-1832) recibió desde joven la doble formación de administrativo (estudió derecho, economía y práctica administrativa) y de naturalista, lo cual le permitió estar siempre próximo al poder. Profesor de zoología y de anatomía animal en el Museo de Historia Natural de Paris desde 1795, ocupó múltiples cargos (Miembro de la Academia de Ciencias a los veintiséis años y luego Secretario Perpetuo de la misma, catedrático del Collège de France en 1800, responsable de la reorganización de la enseñanza secundaria en Burdeos, Niza y Marsella, y más tarde de la educación superior en Francia, Italia, Holanda y Alemania, Consejero en 1814 y responsable del Departamento de Interior del Consejo de Estado en 1819).

El escritor Henri Beyle (1783-1842), más conocido por el seudónimo de Stendhal, que compartía con Cuvier responsabilidades en el Consejo de Estado escribió en La vie de Henry Brulard:

El emperador comenzó en aquella época a levantar el trono de los Borbones y fue secundado en esta tarea por la cobardía sin límites ni medida de monsieur de Laplace. Cosa curiosa: Los poetas son magnánimos, los sabios propiamente dichos son abyectos y cobardes. ¡Cuál no fue el servilismo y la bajeza de monsieur Cuvier para con el poder! Hasta al prudente Sutton Sharpe le asqueaba. En el Consejo

Quelle n’a pas eté la servilité et la bassesse envers le pouvoir de M Cuvier

de Estado, el barón Cuvier siempre estaba del lado de la opinión más rastrera. Cuando se creó la orden de la Reunión, yo mantenía unas relaciones excelentes con la corte, y él vino a llorar, así como lo digo, a llorar para conseguirla. A su debido momento referiré la respuesta del Emperador. Gratificados por su cobardía: Bacon, Laplace, Cuvier. Creo que monsieur Lagrange fue menos vil. Seguros de su gloria por sus escritos, estos señores esperan que el sabio encubra al hombre de estado; en asuntos pecuniarios, como en cuestión de favores, corren tras lo útil. El célebre Legendre, geómetra de primer orden, cuando recibió la cruz de la Legión de Honor, se la prendió en la casaca, se miró al espejo y comenzó a dar saltos de júbilo. Como el apartamento tenía el techo bajo, se golpeó la cabeza contra él y cayó medio muerto. ¡Digna muerte en verdad habría sido para este sucesor de Arquímedes!. ¡Cuántas bajezas no habrán cometido en la Academia de Ciencias de 1815 a 1830, y aún después, para adjudicarse cruces!. Es increíble. Yo he tenido una referencia exacta de todo ello gracias a los señores Jussieu, Edwards, Milne-Edwards y otros testimonios recogidos en el salón del barón Gerard. He olvidado tantas inmundicias. Un diplomático es menos abyecto cuando dice abiertamente: “Haré cuanto sea preciso para medrar” .

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