Sesgos Utilitaristas de las Taxonomías de Suelos y Biológicas

Por mucho que se intenten elaborar clasificaciones y taxonomías “objetivas” (mejor diría neutras), la mayor parte de ellas poseen sesgos condicionados debido a los intereses u objetivos que sus arquitectos tienen in mente. Algunos de ellos son palmarios, como ocurre en las taxonomías edafológicas. Por el contrario, otros, son más difíciles de descifrar, como sucede en las biológicas. Ahora bien, las de suelos adolecen también de sesgos subliminales. Analizaremos ambos casos tomando un ejemplo de cada una de las clasificaciones mentadas. Tales hechos sesgan los constructos clasificatorios, de tal modo que son sistemas de información menos eficientes de lo que podrían llegar a ser.

 

Nadie duda que las taxonomías o clasificaciones de suelos sufran el denominado “sesgo agronómico”. Las clasificaciones y mapas de suelos, cuyas estructuras matemáticas, como intentamos demostrar, se encuentran estrechamente vinculadas, adolecen de estar construidas con vistas a su aplicación en agronomía. Obviamente, este hecho es positivo con vistas a la su aplicación práctica en agricultura. Nadie duda de que la edafología creciera como ciencia bajo el paraguas de la agronomía, con vistas a planificar la producción agraria. Este hecho se conoce como “Paradigma agronómico”. Sin embargo, tal sesgo se manifiesta de dos maneras diferentes que deben diferenciarse.

 

Por un lado, los criterios que son utilizados (horizontes y propiedades de diagnóstico) para fragmentar el continuo edafosférico, responden a intereses esencialmente agrarios. Todo edafólogo lo sabe. Sin embargo, lo que había quedado encubierto es que los tamaños de los taxa también lo están. En otras palabras, los taxones de mayor interés agronómico son  los de mayor tamaño, es decir los que poseen más subtaxa por taxón. De este modo, las ramas del árbol taxonómico más profusamente ramificadas corresponden a los tipos de suelo de mayor interés para la producción alimentaria. Como hemos mentado, este hecho genera una asimetría que perjudica la utilidad de estos constructos como sistemas de información. 

 

¿Pero que es lo que ocurre con las clasificaciones biológicas?  Pues resulta que, a menudo más de lo mismo. Por ejemplo, al analizar la taxonomía un grupo de nematodos fitoparásitos que viven en el suelo, encontramos que los mayores tamaños aparecían en aquellos taxa de mayor interés fitopatológico: los que causan mayores estragos (plagas) en los cultivos, y especialmente en aquellos de interés prioritario para la alimentación humana (cereales, patatas, remolacha, etc.). También es cierto que otras especies (las cosmopolitas), poseían tamaños de taxa grades. Ahora bien, la estructura matemática de la clasificación quedaba sesgada por tal sesgo utilitario, como en el caso de los suelos. Aunque parezca extraño, yo lo denomino “Sesgo de muestreo”. Me explico.

 

Los taxa de mayor internes fitopatológico, son obviamente los más estudiados, debido a sus implicaciones económicas (graves pérdidas en la producción de las cosechas).  Es decir, se dedican muchos más especialistas (taxónomos) para su estudio, que al de las especies no dañinas (que solo merecen la atención académica: como el análisis de la biodiversidad), a la par que se recolectan y analizan ingentes cantidades de muestras, hasta en los rasgos que pudieran parecer de menor relevancia. No se trata ya de identificar especies sino razas y patotipos de mayor o menor patogeneidad. Como corolario, el espacio muestral analizado es mucho mayor en estas especies dañinas que en las que no lo son. Por tanto, es inevitable que se tenga la posibilidad de estudiarlas con mayor detalle y precisión. ¿Quién iba a financiar estudios muy detallados de organismos diminutos que están, ahí, sin molestar a nadie? Más aún, por la propia dinámica de la ciencia contemporánea y, en especial, por el martillo demoledor de la política de “publica o perece”, la literatura taxonómica sobre los patógenos es ostensiblemente mayor que en las especies que carecen de “valor” (sobre esto habría mucho que hablar). Todo taxónomo pretende descubrir nuevas especies, razas, patotipos, y si llegan a acuñar nuevos géneros o familias, mejor que mejor. Hay que publicar amigos. En consecuencia, las taxonomías biológicas no son tan “neutras” como pudiera pensarse. En resumen, se presentan, describen y publican muchas más especies de aquellas especies que, directa o indirectamente, afectan al ser humano.

 

Finalmente hemos dicho que las especies cosmopolitas poseen también tamaños grandes en lo que concierne al número de subtaxa por taxón. ¿Se de un efecto similar en las clasificaciones edafológicas? La respuesta es sencilla: podría darse, pero no es así. Y no es así por la propia práctica de la edafología, que ya analizaremos en otro apartado. Como ciencia que ha sido considerada por casi todo el mundo como una disciplina eminentemente aplicada, los tipos de suelos que no interesan, se subdividen moderadamente (algunos son considerados “Cajas de Pandora”, como postula mi amigo Dick Arnold).

 

Debemos tener en cuenta también que las clasificaciones edafológicas son cerradas, al contrario que las biológicas. Son realizadas por un grupo de expertos concreto y nadie pueda añadir un nuevo taxa. Tales constructos son revisados periódicamente, pero de manera cerrada por el mismo u otro grupo de especialistas años después (La USDA Soil Taxonomy, va por ejemplo, por su séptima aproximación). Más escuetamente, no se puede publicar sobre el descubrimiento de un nuevo tipo de suelos, al contrario que en biotaxonomía.  Como corolario, casi nadie se dedica a ello (si no se puede publicar se cierra la disciplina). Ahora bien, cambiando algún criterio actual, bastaría para que algunos taxa sin interés agronómico se comportaran (en términos metafóricos) como lo hacen las especies  cosmopolitas, respecto al susodicho tamaño de taxa. Expondremos un ejemplo.

 

La FAO, clasifica los suelos someros y edafogenéticamente menos desarrollados, sobre rocas duras o materiales consolidados, como Leptosoles. Actualmente, debido a que no suelen tener casi ninguna utilidad (suelen ser producto de la erosión de un suelo más profundo y evolucionado precedente) se subdividen en pocos taxa. En otras palabras su tamaño es pequeño. Si por el contrario se subdividieran en tantos grupos como las litologías sobre las que se desarrollan, podrían clasificarse cientos de subtaxa y, en consecuencia, “considerarse” y  “comportarse” como las especies cosmopolitas. Al fin y al cabo, son cosmopolitas: se dan por doquier y en gran abundancia, recubriendo inmensas extensiones. Como es frecuente que, en muchos países desarrollados, la agricultura cada vez interesa menos desde el punto de vista agronómico y económico, mientras que comienza a despertarse el interés por su valor (y deterioro) ambiental, no es de extrañar que la FAO un día cambie de criterio y, mutatis mutandi: se subdividan de la forma que hemos narrado. Entonces habría una plétora enorme de Leptosoles.

 

Como podemos observar, incluso a este nivel, las taxonomías biológicas y edafológicas poseen más similitudes de lo que suelen pensar, incluso los taxónomos de ambos “bandos”.

 

Juan José Ibáñez      

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