Iniciado el siglo XXI, cuando el hombre explora el espacio y los lugares más recónditos de La Tierra, resulta que aun no tenemos más que una idea muy vaga de cómo se estructura la vida en los suelos. Conocemos algunos de sus seres vivos, ciertos procesos de toda índole, algunos rasos morfológicos y estructurales, etc. Pero si preguntara a un experto que describiera un paisaje interior de los suelos, se encontraría en serios aprietos. Resulta sorprendente, pero lamentablemente es así. Hemos comenzado a hablar ya de ciertos temas relacionados con la biología, bioquímica y biodiversidad del suelo. Sin embargo: ¿cual es el entramado o configuración espacial de la vida en el suelo? ¿Se parece a la porción aérea de los ecosistemas? ¿Existen patrones espaciales dignos de mención? En esta contribución comenzaré por ofrecer mi visión espacial de lo que ocurre en un suelo, si bien habrá que esperar a que hablemos de las micorrizas, simbiontes, etc., para ofrecer un paisaje más claro. Algo hemos avanzado, al contemplar el tema de la rizosfera. En cualquier caso cuatro patrones parecen claros:

  1. Una densa red de conexiones a través de “cables” que exploran y conectan numerosos objetos biológicos
  2. Un medio poroso extremadamente heterogéneo, que  en muchos aspectos tiene  propiedades de esponja con poros de todos los tamaños interconectados y mezcla de materiales orgánicos e inorgánicos en cuyas cavidades pululan una gran diversidad de organismos, en su mayoría acuáticos. La superficie generada es inmensa.
  3. Un descenso de su actividad conforme profundizamos en el sistema suelo-regolito que dista mucho de ser regular, asemejándose a alguna de las configuraciones mentadas cuando hablamos de la vegetación dispersa y las islas de fertilidad.
  4. Zonas de condensación de la actividad biológica alrededor de las raíces con morfología fractal arborescente, con vistas a explorar la mayor superficie posible

 

 

El primer patrón corresponde a la conexión de la susodicha rizosfera por medio de las micorrizas, de las que hablaremos en futuras notas. Se me antoja como la densa red de nodos y cables que se genera en Internet. Lo dicho arriba es suficiente con vistas a explicar el segundo patrón.

 

El tercer patrón es que la vida del suelo tiende a concentrarse en los horizontes superficiales y especialmente en el horizonte órgano-mineral “A” y las capas orgánicas superyacentes (en realidad existen varios tipos) de hojarasca que recubren a aquel. En realidad, si el ambiente es relativamente húmedo, y especialmente bajo coberturas boscosas encontraremos tres clases de “horizontes orgánicos sobre el “A”, diferentes denominados: L (hojarasca y residuos orgánicos poco o nada descompuestos, F (capa donde comienza la descomposición de los restos descritos en L y H (materia orgánica en vías de descomposición, de la cual difícilmente podemos rastrear su origen sin hacer uso de técnicas sofisticadas. Como hemos mentado, bajo ellas aparece el Horizonte A. En ambientes más secos, como los típicamente mediterráneos, y especialmente fuera de los bosques, la estructura L, F y H se difumina “A”. A menudo, tan solo una capa de restos, más o menos dispersos, recubre el susodicho “A”. Esta estructura L. F, H, además de otras propiedades, actúa como tampón frente a las inclemencias del tiempo atmosférico, a la par que lo protege del impacto de las gotas de lluvia que, de alcanzar el horizonte órgano mineral A, destruiría los agregados del suelo, dispersando sus partículas que, al taponar los poros, disminuyen la infiltración, y fomentan la escorrentía superficial y la erosión.  Al seguir profundizando, se detecta que la actividad de la vida decrece más o menos exponencial o potencialmente (muy rápidamente). Sin embargo, todo parece apuntar a que tal proceso no ocurre de forma uniforme, sino como en la susodicha vegetación dispersa. En otras palabras, podríamos hacer uso, como en los “slimes” de una analogía con el desierto: el desierto biológico, al profundizar en el suelo, cada vez ocupa una mayor extensión mientras que los oasis o islas de fertilidad son más dispersos. Empero descubrimientos recientes nos inducen a pensar que es así, por decenas y decenas de metros, incluso si nos encontramos con rocas duras a medio camino.

 

El cuarto patrón, no tiene semejanza con la vida sobre el suelo, (con la salvedad de las ramificaciones de árboles y arbustos) más que a primera vista. La ramificación radicular sigue las mismas leyes que la de las ramas que nacen en un tronco. Se ramifican una y otra vez a la búsqueda de agua y nutrientes de un modo fractal. Tales estructuras fractales son el sistema más eficiente para la búsqueda de el agua y los nutrientes, ayudando a la par a que la vegetación se ancle en el suelo lo más firmemente posible.

 

Sin embargo, en contraste con las ramificaciones aéreas, tal brutal sistema exploratorio resulta con frecuencia insuficiente. Hace falta explorar y alcanzar los sitios más recónditos de la esponja suelo, que como vimos tiene una superficie real inmensa y mal conocida. Pare ello, entran en juego unos simbiontes, que resultan ser hongos denominados micorrizas, que amplían la capacidad de exploración enormemente, en beneficio mutuo del propio hongo y la planta: la primera pues, le ofrece nutrientes inorgánicos y algunos compuestos orgánicos a la micorriza (lo alimenta en sentido estricto) a cambio de que esta se nutra de los exudados orgánicos radiculares y amplíe su poder exploratorio. Pero la cosa va aun más lejos. Aunque no se tienen un conocimiento preciso del tema. Parece ser que las micorrizas pueden conectarse entre sí e incluso interconectar diversos árboles de distintas especies, que de este modo, funcionan como ciudades conectadas por una inmensa red de autovías que permite el intercambio de ciertos compuestos orgánicos entre ellas (que unas necesitan, pero no pueden sintetizar o lo hacen con gran dificultad). Impresionante paisaje críptico. Como ya mentamos en otra contribución: los sistemas micorrizógenos es encuentran entre los organismos más grandes del mundo, pesando muchas toneladas y pudiendo cubrir decenas de hectáreas de extensión. Me refiero a un solo organismo, no a muchos. Al contrario que la mayor parte de las restantes formas de vida, sus límites son difusos, amorfos, pueden ser fragmentados en trozos sin perder su identidad biológica e individualidad genómica, a modo de clones que posteriormente seguirán creciendo. L. Margulis, postula que la estructura de las micorrizógena también es fractal.

 

Por tanto, la vida en el suelo se antojaría a un enorme sistema cableado, algunas de cuyas ramas terminales conectan con el medio exterior, mientras otras lo hacen entre sí. Entre medias, los organismos libres pululan, descomponen la materia orgánica, reciclan los nutrientes y mejoran las propiedades “esponjiles” de los sistemas edáficos

 

¿Sorprendente verdad?

 

Juan José Ibáñez

 

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