Las Modas en Ciencia y el Sufrimiento de los Científicos Creativos

Las Modas en Ciencia y el Sufrimiento de los Científicos Creativos

 

El tema de los problemas que generan al progreso científico el ir al vaivén de las modas no es nuevo. Lo que ocurre es que somos muchos los que pensamos que, conforme las tareas de los investigadores se hacen más mediáticas, el conflicto se agudiza, hasta alcanzar cotas alarmantes.

 

Por un lado los gestores de la política científica nos hacen creer que están interesados por la ciencia. Con tal motivo, ciertos programas sectoriales de investigación, aparecen y desaparecen al son de las inquietudes sociales. Como estás se encuentran mediatizadas por los medios de comunicación, se genera un círculo vicioso, que muchos lectores ni se imaginan. Pondré tan solo un fragmento aproximado de una conversación que acaeció en la primera reunión de la Primera Comisión Nacional del Clima (CNC), hace años, y de la que yo formaba parte.

 

El  presidente de aquella CNC, que se creo tras ser publicado el Programa Nacional del Clima -PNC- (del que también fui redactor), a mediados de la década de los noventa, hacía un repaso de los temas de interés y de cómo podrían repartirse en el futuro las financiaciones estatales.  Callado escuchaba como no se trataba realmente del clima, sino del cambio climático antropogénicamente inducido. Llegado un momento intervine para recordarle a los presentes que el PNC no debía versas tan solo sobre aquel tema, sino también a cerca de cómo mejorar nuestra comprensión del clima (sensu lato) en España. Su repuesta fue rotunda: «hemos perdido la batalla ante la opinión pública». Y se cerró el asunto. En otras palabras, no interesaba mejorar nuestros conocimientos, sino aparentar que nos preocupaba el susodicho cambio climático.

 

¿Y que hacen mientras tanto los científicos?  Unos pocos se revelan, la mayoría calla, otorga y se replantea como aparentar, a partir de ese momento, que es un experto en el tema. Esto se llama travestismo científico. He conocido a investigadores que han sido, de acuerdo a sus propias palabras, especialistas efímeros en tantos temas como fuera necesario para «ir a la moda». Lamentable. Esto es lo que ocurre por ejemplo, en estos momentos, a muchos especialistas en CC. del Suelo, que trabajan sobre el secuestro de carbono en los sistemas edáficos, o en el desafortunadamente denominado paradigma de la calidad de suelos.   Sinceramente siento vergüenza. ¿Son esta clase de colegas los que terminan excomulgando a los que defienden la lógica y la racionalidad del buen quehacer científico. Ser honesto y sincero no esta de moda. Para estar a la moda hay que doblegarse al imperio de los caprichos sociales, mediáticos y políticos. Un bien experto no se forma en dos días. Se necesita muchos años de trabajo duro para poder realizar contribuciones relevantes. Ahora bien si hay que cambiar de chaqueta cada «x» años, mal asunto. «Sabiondos de todo, ignorantes totales«. Eso sí suelen ser los que chupas más cámara, los más entrevistados y los que captan más fondos y recursos humanos. No nos extrañemos pues que luego sus contribuciones sean irrelevantes (poco citadas). Por esa misma razón llegamos el imperio de la cantidad sobre la calidad.  John Horgan, que fue habitual contribuidor de la afamada revista «Scientific American«, aprovecho su posición para entrevistar a una buena parte de los científicos contemporáneos más reputados (la mayor parte de ellos Premios Nobel), publicando luego un libro que lleva el título en castellano  de «El Fin de la Ciencia: Los Límites del Conocimiento en el Declive de la Era Científica» (Paidós 1999) . Una de sus conclusiones era que la ciencia había alcanzado la frontera de los «rendimientos decrecientes«. Dicho de otro modo, cada vez se invierte más dinero y se obtienen peores resultados. La creatividad científica de finales del siglo XIX y la primera mitad del XX, ha dado paso a una ciencia ramplona, de escasa creatividad y que apela a la fuera bruta para seguir avanzando. Recomiendo la lectura de esta obre, divertida donde las halla, con vistas a desmitificar la «genialidad de los científicos». Muchos de sus comentarios son hilarantes, incluso una buena parte deseaba que se progresara con vistas a que sus cerebros pudieran conservarse «forever» ya que consideraban que su talento es descomunal. Otra vez con los Sacerdotes, o mejor decir Dioses de la Nueva Era.

 

En mi modesta opinión, este es el resultado de una política científica timorata que insisto, prima la cantidad y la apariencia sobre la calidad y la sustancia: el continente sobre el contenido; la moda sobre la racionalidad. Malos tiempos para la lírica.

 

Conforme ha progresado la filosofía de la ciencia, las antiguas visiones de la actividad científica como una empresa racional y objetiva han ido dando paso a otras en las tales calificativos van siendo paulatinamente relativizados y cuestionados. Ya comentamos que el filósofo anarquista Feyerabend se anticipó en más de tres décadas a muchas de las corrientes actuales. Otra rama de las humanidades, denominada Estudios Sociales de la Ciencia, liderada entre otros por Bruno Latour, también cuestiona la objetividad, racionalidad y coherencia del progreso científico. El hecho de que esta última sea una actividad social, sujeta tanto a las miserias y virtudes humanas, como a la ingerencia de los poderes fácticos, ya no escapa a casi nadie. Tan solo una buena masa de los propios científicos sigue defendiendo tal opinión. Cabría preguntarse pues porqué los principales actores caen una y otra vez en tal ingenua concepción de su propia concepción, cuando son los que más sufren las consecuencia: ¿hipocresía?, ¿la actitud del avestruz?. Materia para la reflexión.

 

Irwin Sperber, en 1990, filósofo de la ciencia, en su obra Modas en Ciencia, (Fashion in Science) propone un modelo de la actividad científica que sería del gusto de Feyerabend y de la mayor parte de los sociólogos e historiadores actuales de la ciencia. Yo lo firmaría con los ojos cerrados.  Seguidamente exponemos los criterios de Sperber, que no serán del gusto de mis colegas más ortodoxos y encorsetados por los antiguos clichés decimonónicos.     

 

Criterio 1

La investigación más reconocida, en los aspectos más avanzados de una disciplina, puede tener serias deficiencias en sus planteamientos lógicos, sus evidencias o sus conclusiones

Criterio 2

Las deficiencias derivan de una actitud que, sin mayores críticas, admite como buenos los modelos aceptados en el contexto social de la disciplina

Criterio 3

Hay muchos modelos que compiten por su aceptación, aunque la comunidad científica reconoce  los modelos más afortunados a partir de las perspectivas que derivan de los criterios 1 y 2 y de los resultados de una «controversia popular» disciplinaria

 

Criterio 4

El proceso de selección entre modelos que compiten esta guiado por aspectos de consenso y gusto, en lugar de argumentos lógicos o empíricos

 

Criterio 5

Dentro de la comunidad científica, los «aprendices» no son reconocidos de inmediato, por estar en una situación de aprendizaje. Cuando su trabajo rivaliza, éste no es evaluado objetivamente frente al de científicos instalados en el sistema

 

Criterio 6

La comunidad científica defiende el rígido status quo, es decir la ortodoxia, frente a los heterodoxos agitadores. Esta defensa puede incluir ataques personales contra los «intrusos«que se manifiestan al margen de las normas que propugna el modelo oficial

 

Criterio 7

La ortodoxia, a pesar de su aparente inmutabilidad, constituye un modelo que ha reemplazado a otro anterior y, en consecuencia, está supeditada a ser sustituida en el futuro. Los modelos antiguos y los actuales están sujetos al redescubrimiento, a partir de propuestas nuevas y atrevidas en el futuro

 

Criterio 8

La mayoría de los ciudadanos están sometidos a una presión constante para aceptar los modelos propuestos por los líderes de opinión, incluso cuando cambian dichos modelos         

 

¿Qué les gusta? A mi personalmente nada en absoluto.  Pero así trabaja la ciencia, al menos hoy en día. Los científicos creativos que trabajan son aplastados por el establishment, con todos los medios a su alcance.  La mediocridad prima sobre el ingenio haciendo uso de todo tipo de perversidades.

 

Una experiencia Personal

Cuando leí este libro, jamás pensé que algo así me pudiera ocurrir a mí. Mi talento no era merecedor de tal orgullo masoquista. Pero finalmente, por aportar tan solo una nueva vía de ataque a la distribución de los suelos en el paisaje y su cuantificación, mediante mis aportaciones sobre edafodiversidad, me encuentro atacado por referees y editores, según ellos expertos en edafología matemática, pero que tan solo son meros geoestadísticos que no entienden lo que es un suelo. Ellos se sintieron amenazados por mis formulaciones y rechazan con insultos, provocaciones y falacias cada uno de mis trabajos (eso sí en el más impune anonimato al que da el sistema de valoración por pares). Finalmente son publicados, pero tardan años. De este modo, aunque finalmente comienzan a calar, les puedo asegurar que el sufrimiento, desesperación, indignación e impotencia que uno siente son tremendos. Hay que ser tenaz como Margulis, para poder ser creativo en un mundo de mediocridad cuasi-infinita. Seamos realistas, introducir el concepto de edafodiversidad y la metodología para cuantificarla no resulta ser más que una aportación modesta, que pasaría inadvertida, excepto para un reducido grupo de expertos. Pues hasta ahí llegan los mediocres.

 

Recientemente creo haber abierto otra línea de investigación de mucho mayor alcance y que trasciende el ámbito de la edafología. ¡Dios mío la que me espera!.  Pero de momento, ya con más experiencia he sorteado con argucias los primeros obstáculos y los trabajos se han hecho famosos antes de salir al mercado (eso sí ya están en prensa). Como decía Feyerabend, la ciencia es más un prostíbulo que un santuario espiritual.     

 

 

El diez de febrero de 2004, Javier San Pedro escribió para «madri+d : Noticias», bajo el titulo Ciencia y modas el siguiente texto:

 

«La ciencia presume de ser ajena a las modas, a los prejuicios, a los intereses y a las ideologías, y esa independencia es cierta cuando se refiere a sus resultados finales, a sus hechos probados, a sus teorías establecidas, pero no lo es en modo alguno cuando se aplica a la práctica científica y a su gestión: qué preguntas se consideran prioritarias, qué criterio las evalúa, qué es necesario o superfluo enseñar a un estudiante, qué Gobierno financia qué experimentos a cambio de qué futura compensación (.)«.

 

Javier, que razón tienes. Incluso te has quedado corto.

 

Juanjo Ibáñez firmando su sentencia de muerte

 

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