La identidad colectiva de los inmigrantes: ¿nacional o postnacional?

A raíz del mensaje de José Luis López de Lizaga Globalización, identidad e integración de los inmigrantes, publicado en este mismo blog (5.6.2006), se ha desarrollado una breve, pero interesante polémica con Ernesto Baltar sobre el modo de entender la forma de identidad colectiva que los inmigrantes despliegan al llegar a su nuevo país de acogida: ¿perviven los modos nacionales de identificación colectiva o se adoptan, más bien, nuevas formas? Para dirimir esta cuestión, ambos aluden a la terminología desarrollada por el filósofo alemán Jürgen Habermas. A continuación se muestran los mensajes intercambiados entre José Luis López y Ernesto Baltar:

Ernesto Baltar:

Hola, José Luis, me gustaría que me explicases un poco más el concepto de «identidad posnacional» de Habermas y qué implicaciones reales tendría en este tema de la inmigración. En principio, no parece aplicable a la realidad presente (pese a las múltiples conexiones de todo tipo entre personas gracias a los medios de comunicación, internet, etc). Es un tema muy complicado, pero trataré de resumir mi postura. Me temo que no es tan fácil la superación del modelo Estado-nación como la ven los ideólogos anti o pro globalización económica. Desde mi punto de vista el Estado es el «arché» del «nomos»: configura unos límites (convencionales, por supuesto, pero que fundan derecho) que son difíciles de rebasar sin caer en la anarquía (¿y cómo fundar derecho sobre la nada?). Está claro que son unos límites configurados históricamente, no necesarios ni absolutos. Podría cambiar el modelo, pero ¿cómo? Ahí está la cuestión. El problema de la inmigración masificada es que puede suponer un peligro para ese sistema de derechos (de ahí el miedo generalizado que existe). Por eso, mientras unos sueñan con la utopía cosmopolita de la paz perpetua, el tribunal internacional y los derechos universales, otros se afanan en fundar sus nuevos Estados-nación (Cataluña, País Vasco…), aunque nos parezca una cosa absurda y anacrónica. Estoy de acuerdo con Gianni Rotta en que la inmigración es uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo; también para la filosofía, porque evidencia la insuficiencia teórica y la endeblez de algunos sistemas.

 

 

José Luis López de Lizaga:

Hola Ernesto. Te respondo con cierto retraso, lo siento mucho. Tal como yo lo entiendo, el concepto habermasiano de «identidad postnacional» se refiere a un tipo de identidad política que no se forma en torno a las tradiciones culturales de una nación, sino más bien en torno al ejercicio de los derechos políticos de los Estados democráticos. Con este concepto se relaciona también esa fórmula tan manida (y a veces malinterpretada) del «patriotismo constitucional«. Cuando uno se declara «patriota» de su Constitución (aunque dudo que alguien lo haga, porque incluso este uso del término «patriotismo» suena fatal), no proclama su adhesión a los valores de una comunidad cultural, sino más bien a principios tales como el imperio de la ley, los derechos humanos, la democracia, etc. Habermas sostiene que realmente la identidad política puede formarse en estos términos tan abstractos, tan alejados de la historia y las tradiciones de las naciones o los «pueblos». Es más: sostiene que en algunos países con un pasado particularmente nacionalista y particularmente incómodo, muchos ciudadanos ya poseen una identidad política de este tipo, esto es, postnacional (Habermas menciona el caso de Alemania. Yo añadiría también el de España). En tu comentario dices que el Estado es el «arché» del «nomos». Si te entiendo bien, pareces estar pensando en Carl Schmitt, y en la idea de que la «tierra» o el territorio es el «arché» del orden político. Me parece que la tierra por sí sola, en su sentido escuetamente geológico o geográfico, no puede ser el arché de nada, así que más bien hay que pensar que son las tradiciones, la cultura y la historia de los «pueblos» lo que puede y debe fundar el orden político. Ahí no estoy de acuerdo contigo: creo que el concepto de identidad postnacional permite pensar los fundamentos del orden político (y las razones para la lealtad de los ciudadanos) de un modo distinto, menos apegado a la tierra, el arché, el pueblo, la raza, la patria, etc. etc.
Dicho esto, estoy de acuerdo contigo en que estas ideas de identidad postnacional no son fáciles de aplicar al fenómeno de la emigración, porque realmente este fenómeno está desbordando completamente la capacidad de respuesta de los Estados nacionales (que constituyen, pese a todo, el marco institucional en el que seguimos viviendo). Es verdad que cabría imaginar formas de integración social basadas en principios tan abstractos y postnacionales que diesen cabida también a los inmigrantes procedentes de culturas y tradiciones muy distintas. De hecho, hace tiempo que existen sociedades multiculturales (aunque España no es una de ellas) que se las han arreglado bastante bien. Pero la inmigración masiva, desesperada, a la que estamos asistiendo ahora es un problema que no se resuelve con apelaciones a la identidad postnacional, porque se sitúa en un nivel mucho más básico, y mucho más grave: el de la acogida en condiciones medianamente dignas de muchísima gente que viene de todas partes y de cualquier manera. La cuestión de las identidades políticas, nacionales o postnacionales, viene después, y es hasta cierto punto secundaria. La emigración actual hace pensar más bien en las masas de refugiados y expatriados que analiza Hannah Arendt en «Los orígenes del totalitarismo». Este fenómeno es muy importante, porque propicia esas políticas de confinamiento, encierro, control, repatriación forzosa, etc., que recuerdan bastante a la administración totalitaria (y que, según Hannah Arendt, la preludian).
Bueno, ya me callo, que ya es larga esta respuesta. ¿Cómo lo ves tú?

 

 

Ernesto Baltar: 

Sólo una aclaración rápida. La verdad es que con la expresión «arché» del «nómos» no estaba pensando en Carl Schmitt ni en nadie en concreto (ignoro si alguien ha usado esa expresión antes, aunque supongo que muchos lo habrán hecho, porque no hay nada nuevo en filosofía), sino simplemente estableciendo una analogía con el «arché» de la «physis» de los presocráticos (en fin, que me había ido mucho más atrás en el tiempo…). En ningún caso me refería al territorio (y mucho menos a la raza o al «pueblo», que no sé lo que es), sino simplemente al origen o principio común de lo político, del derecho, de las leyes, etc (para evitar malentendidos, insistí mucho en que era algo convencional, no necesario ni absoluto). Es decir, que el Estado (en sus distintas formas históricas) es el punto de referencia ineludible para que en cada momento histórico pueda tener sentido todo ese ámbito. Por supuesto, es una tesis discutible (se me ocurren ahora mismo algunas pegas), pero en principio parece una hipótesis de trabajo bastante razonable (y desde ella se puede abordar el tema de la inmigración). En nuestra época el modelo sigue siendo el Estado-nación, y la inmigración (que es el tema que nos ocupa, por eso todo lo anterior) parece poner a ese modelo en ciertas dificultades (prácticas y teóricas), sobre todo cuando es tan numerosa y desesperada como sucede ahora. Al decir esto espero que se entienda que no hago una valoración negativa o positiva (ni de las «naciones» como tales, ni de la inmigración); sólo intento hacer un análisis (no sé si equivocado) de la realidad que veo; éste un problema real (¿por qué existe ese miedo a la inmigración?), por eso estamos hablando de ello, y son muchísimas las cuestiones que surgen alrededor de este asunto. Si te parece, otro día, con más tiempo, intentaré explicarme mejor. Gracias por la explicación sobre Habermas. Pensaré sobre ello, a ver qué se me ocurre para seguir discutiendo un rato, que es lo interesante.

 

De nuevo Ernesto Baltar:

Se me ocurre un ejemplo muy reciente (entre otros muchos) que evidencia una inmigración que no produciría ninguna amenaza práctica ni teórica del modelo Estado-nación (ni para la nación de acogida, ni para la de origen): miles de ecuatorianos se reúnen en el Palacio de Vistalegre, de Madrid, para ver el partido de su selección nacional y animar con su banderas. Véase:

http://www.elpais.es/articulo/deportes/000/ecuatorianos/vibran/Madrid/elppordep/20060609elpepudep_14/Tes/

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5 comentarios

  1. Como todos sabéis, el Estado-nación no ha existido siempre, y no estamos seguros de lo que habrá en el futuro; su principio de legitimidad está en crisis (desde hace tiempo y creciendo) y supongo que por ahí es por dónde van Habermas y compañía (buscando legitimaciones nuevas). Esto no quiere decir que esté de acuerdo con los profetas y agoreros de la Globalización, que dicen que los Estados ya no mandan nada. Siguen mandando mucho (aunque seguramente menos que antes), pero me interesa resaltar que los principios ideológicos que los sustentan y legitiman están debilitándose. Las identidades transnacionales de los "inmigrantes" y el florecimiento de los nacionalismos periféricos (aunque en este caso imitando paradójicamente el viejo modelo de la nación) son dos manifestaciones de esta crisis.

    Para crear estos Estados-nación hicieron falta dos procesos ideológicos: primero, acentuar enormemente la conexión entre identidad étnica y comunidad política; no es que no existiera en absoluto en los viejos tiempos pero estaba infinitamente más difuminada que en la edad contemporánea. Venía a decir Hobsbawm de los campesinos tradicionales, que la mayoría de las cosas importantes sucedían en la plaza de su pueblo o a nivel cósmico. No había esas relaciones de necesidad que tenemos ahora (cada vez menos) entre lo uno y lo otro. Segundo, se produjo un proceso impresionante de homogeneización étnica y lingüística: las identidades "analógicas", graduales, se fueron convirtiendo en identidades "digitales" con fronteras artificiales fuertemente delimitadas. Los ecos de este proceso, donde fue menos efectivo en la eliminación de la diversidad, subsisten en los movimientos nacionalistas (que repiten los intentos de homogeneización y la invocación de las esencias nacionales, cambiando el territorio de referencia).

    Más adelante se ensayó este mismo proceso (de manera menos intensa) en la descolonización, llenando el mundo de estados-nación.

    En el mundo globalizado, los Estados siguen mandando (aunque quizás menos), pero son las naciones (esa especie de espíritu del Estado que lo legitima ideológicamente) las que gozan de mala salud. Por diversas razones, la lógica pura del nacionalismo resulta hoy inaceptable; pero se mantiene inevitablemente de forma disfrazada. Sus profundas contradicciones están detrás de los debates de la "integración" de los inmigrantes. Al menos para este aspecto (la "integración"), las ideas de Habermas, que conozco superficialmente, sobre esta nueva legitimación del Estado me parecen sugerentes.

    Glups, perdonad la extensión del mensaje.

  2. Yo quería polemizar un poco, pero la verdad es que la intervención de Antonio Álvarez Cubillo me ha parecido impecable. Muchas gracias, de verdad, por exponerlo de una manera tan nítida y articulada. Quizás lo único que no tengo tan claro (por buscar una discrepancia, aunque es otra cuestión y muy "de fondo") es que la tarea del filósofo deba ser “buscar legitimaciones nuevas” a nada (ni siquiera al bendito “arché” del “nomos”). No sé, me suena demasiado “ideológico”, aunque eso sería otro debate, muy largo y complejo (y, la verdad, tampoco conozco lo suficiente la obra de Habermas para entrar en valoraciones de ese tipo…). [Perdonad la ironía/provocación, es sólo para animar el foro…]

    Por cierto, creo que un excelente tema de debate para este foro sería ése que apunta Antonio sobre “La inmigración y las contradicciones del nacionalismo” (espero que Juan Carlos Velasco nos anime a emprenderlo y nos ayude a encauzarlo), que en España sabemos últimamente mucho de eso. Creo que Hannah Arendt y su estupendo libro “Los orígenes del totalitarismo” (al que hacía referencia José Luis) nos pueden ayudar bastante a entender algunas cosas que están sucediendo.

  3. En fin, que me resulta muy difícil dar por muertas a las naciones existentes, sobre todo en una época como ésta, en pleno Mundial, en que todos los aficionados al fútbol (yo el primero, lo reconozco) estamos dando descanso temporalmente a nuestra racionalidad; sí, nos ha abducido la pasión futbolera, pero prometemos volver a ser “animales racionales” en breve. El problema de los nacionalistas es que han renunciado permanentemente a su racionalidad en pro del sentimentalismo y la mitología más rancias (cuando no del etnicismo o racismo puro y duro).

  4. Bueno, yo no tengo muy clara cuál es la función del filósofo, pero como no soy filósofo tampoco me preocupa mucho. Yo soy más bien jurista académico e intento de antropólogo; mi interés está en la introducción de medidas concretas y para ello es muy relevante la reflexión previa. No sé muy bien qué hacer ante la batalla que se plantea entre la vieja nación y las nuevas naciones períféricas; en todo caso, me parece que el futuro está en disociar una vez más la construcción de la comunidad política de las identidades étnicas. Identidades étnicas siempre las hubo y siempre las habrá; no sé si será "malo" o "irracional" (o si irracional será malo), pero si no fueran étnicas serían otra cosa y eso no sería necesariamente mejor. A veces resulta políticamente incorrecto asumir la identidad étnica, de manera que se mantiene enmascarada, lo que quizás sea peor (lo "malo", me parece, no son las identidades per se, sino sus resultados en contextos concretos). Eso sí, creo tiene poco futuro la construcción de la convivencia política sobre cuestiones identitarias (ya se pasó de moda la "raza" y suena fatal, pero en abstracto es igual la "cultura" o incluso la "lengua"). Porque estas identidades, que habían sido falsamente homogeneizadas, están volviendo a dispersarse y a sumarse de manera muy compleja. Si acaso deberán aceptarse las identidades complejas y compuestas, que abarquen la identificación con la comunidad política o las comunidades políticas, pero no sólo ella.

    Esto nos lleva a la cuestión de la "integración" de los inmigrantes, que es el tema que personalmente me interesa (más que la batalla entre nacionalismos). Porque uno se plantea, a la hora de proporcionar medidas jurídicas concretas, a qué es lo que los "inmigrantes" se tienen que integrar (a qué es a lo que los "nativos" nos tenemos que integrar). Soy español, pero no estoy seguro de que pasara el examen de "españolidad" ¿me tendría que gustar el fútbol? (me repele profundamente y yo no veo el Mundial, pero esto es tan irracional como lo otro). La construcción jurídica de la "nacionalidad" es un derivado implícito o explícito de los esencialismos nacionalistas. Por ejemplo, un sefardí, filipino, guineano o latinoamericano necesita 2 años de residencia en vez de 10 para transformarse mágicamente en español, debe ser que están más cerca de la "españolidad" que no estoy seguro de cumplir yo mismo.

    Aunque la "nacionalidad" tardará en morir, cada vez cobra más importancia la noción de "ciudadanía". Es ahí donde me interesa todo esto del patriotismo constitucional o lo que sea, la comunidad de derechos y deberes. En abstracto, la "integración" de los inmigrantes pasa por la equiparación de derechos (habrá que ver hasta dónde y de qué manera) y por otra parte, la exigencia del Estado a los inmigrantes pasa, en abstracto, por la equiparación de deberes (habrá que ver hasta dónde y de qué manera).

    Lo que no sé es hasta dónde va este uso simbólico del Derecho como mecanismo de legitimación y cohesión de la comunidad política. Si el acto arbitrario del Derecho es capaz de articular la convivencia por sí mismo o si, además, se crearán nuevas identidades o nuevos artefactos emocionales o irracionales dado que son estas cosas de la sinrazón las que verdaderamente nos aportan sentido, identificación y vínculos sólidos.

  5. La era postnacional es una realidad desde hace unos cuantos años (determinar desde cuándo sería otro tema sobre el que discutir: ¿fin de la II Guerra Mundial?, ¿guerra de Vietnam?, ¿fin de la guerra fría?); la nación como Estado soberano vinculado a una cultura ya no existe, es una reminiscencia desde que existe una globalización económica, política y cultural que convierte en subcultura a todas las culturas preexistentes, desde que los flujos migratorios y turísticos son más intensos.

    El debate hoy día no está en si un territorio es nación o no es nación frente a las fuerzas globalizadoras, sino en cómo será ese mundo posnacional: ¿un mundo enraizado en el humanismo racionalista heredero de la Ilustración o un mundo irracional fundado en mitos religiosos expansionistas como los de los teocon evangelistas o los islamismos radicales?

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