Migraciones y globalización

Las intensas corrientes migratorias están en el origen de algunas de las transformaciones de mayor calado acaecidas durante las últimas décadas en las sociedades contemporáneas. En algunos lugares, la inmigración se ha convertido en muy pocos años en el fenómeno social más novedoso y potente de todos cuantos se suceden en el presente y probablemente sea también el que mayor huella deje en la configuración del futuro. No es ésta, sin embargo, una situación privativa de ningún país, sino que obedece a una compleja e intensa reorganización de la cartografía global de la población humana.

Dada la dimensión planetaria que han alcanzado los trepidantes flujos migratorios, resulta bastante ajustado concebirlos como un relevante efecto de los procesos de globalización (entendida ésta aquí en su acepción meramente descriptiva, a saber: como la creciente interrelación entre las distintas partes del planeta). Si bien la inmigración de los países pobres a los ricos no es un fenómeno nuevo, sí que va en aumento. En su forma contemporánea, este fenómeno enraíza sus causas, además de en las enormes diferencias económicas entre los territorios del planeta, en la mundialización de los medios de comunicación y transporte, a través de los cuales se ejerce de efecto llamada.

En las últimas dos décadas ha aumentado espectacularmente no sólo el volumen, sino también el grado de mundialización del sistema migratorio, en su doble sentido: aumento de la diversidad de las regiones receptoras e incremento de las áreas de origen. En consecuencia, los inmigrantes presentan una variedad demográfica, social, cultural y económica cada vez mayor y prácticamente inédita en el pasado. Aunque se trata de una cuestión que afecta a todos los países ricos (pero no sólo a ellos), su incidencia es aún más notable en aquellos que tienen fronteras o están próximos a zonas depauperadas, como es el caso de Estados Unidos y México, o como es el de España e Italia con respecto a los países del Magreb y el África subsahariana. Los efectos de este fenómeno se dejan notar en los más variados aspectos de la vida social tanto de los países receptores como de los emisores, provocando, entre otros, cambios sustanciales en la demografía y considerables alteraciones en la estructura del mercado de trabajo.

Vale la pena adoptar la perspectiva de los países emisores y pensar, por ejemplo, en la emigración africana. Por muy poca que sea la atención que se ponga sobre lo que sucede en África, es fácil descubrir las razones por las que se producen masivos movimientos migratorios desde esta zona del planeta. Las televisiones de los países desarrollados, que en la era de la globalización llegan hasta los más recónditos lugares de la tierra, muestran cada día, con impudicia, imágenes del despilfarro consumista del mundo de la abundancia, y, junto a ellas, otras de la lacerante pobreza que asola los países africanos. No es difícil entender que aquellos que sólo tienen miseria y escasez, arriesgan ese nada que poseen con la esperanza de hacerse un pequeño hueco entre las sobras del inmenso festín que nos estamos pegando.

Mientras persistan las condiciones de extrema pobreza en tantas zonas del planeta, la inmigración será siendo un fenómeno imparable. A continuación se reproduce un breve artículo como un ejemplo más de la extremada atención con la que se contempla el fenómeno migratorio en otros lugares de nuestro entorno europeo:

La imparable inmigración

GIANNI RIOTTA  – CORRIERE DELLA SERA, MILÁN, 26/V/2006

El desafío determinante de nuestro siglo es la inmigración. En Estados Unidos, el 13% de la población ha nacido fuera del país, y el presidente Bush intenta en vano mediar entre los sectores xenófobos y la vasta coalición, que va desde los empresarios hasta la Iglesia católica, que considera el libre flujo de la mano de obra como un corolario del siglo XXI, la era los capitales y de las informaciones transnacionales. En Europa, el 6,4% de los ciudadanos ha nacido fuera de la Unión, y la fobia contra la inmigración ha sido quizá el factor que más ha dañado a la Constitución.

La inmigración no se parará, ni con muros ni con expulsiones ni con panfletos. Pero para evitar que la opinión pública occidental, especialmente la de los sectores populares que no goza de los servicios de los inmigrantes y que constata el impacto de éstos en el trabajo y en los barrios, se rebele con sentimientos racistas, hay que administrar la inmigración con criterios razonables, compasivos, equilibrados y rigurosos. Julio es el mes más propicio para que los desesperados se echen al mar. El ministro Amato se bate estos días para que sea Europa la que asuma las competencias sobre la inmigración clandestina, pero es dramáticamente consciente de que el Sahara Occidental, desde Senegal hasta Mauritania, ve a miles de inocentes morir en el camino hacia una vida mejor.

Con sentido de responsabilidad, Amato ha repetido que seguirá aplicando la ley vigente, la ley Bossi-Fini, hasta que se aprueben nuevas reformas, porque cree que se puede regularizar a los inmigrantes que tienen ya un contrato de trabajo. Mutilada la entrada de inmigrantes, nuestra economía se detendría hoy mismo. Sin fronteras controladas, Europa se lanza a un conflicto peligroso. Y el vía crucis de los condenados de la Tierra no es el mejor terreno para buscar un nuevo título.

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5 comentarios

  1. Una dimensión que me parece importante de las migraciones en el contexto de la globalización (porque claro, migraciones las hubo siempre) es la creciente importancia del transnacionalismo, que han destacado autores como Alejandro Portes. El progreso de los transportes y las comunicaciones permite la subsistencia de toda una serie de vínculos con el país de origen (contacto telefónico frecuente, Internet, remesas de dinero o inversiones, familias transnacionales que desarrollan diversas estrategias para adaptarse al contexto, etc.) que nos van dibujando un marco muy diferente al de las migraciones clásicas (por ejemplo las remesas llegadas a EEUU en su tiempo, que quedaban separadas de su contexto de partida).

    Por ejemplo, los migrantes desarrollan identidades complejas que los vinculan (simbólicamente, pero también económica o políticamente) con más de un Estado. Esto empieza a poner en cuestión categorías jurídicas decimonónicas como la nacionalidad.

    Por ejemplo, la regulación de los flujos migratorios sigue contemplando el fenómeno desde una perspectiva individualista y de "acción racional", considerando individuos aislados que maximizan beneficios, sin tener demasiado en cuenta la creciente importancia de las redes transnacionales salvo en lo que refiere a la invocación taumatúrgica de las "mafias". Las redes van mucho más allá: la decisión de migrar implica a menudo a diversos miembros de una familia dispersa en el espacio. Las familias y las redes de contactos, amigos, parientes e información operan de manera significativa en la gestión de los flujos migratorios, al margen del mundo formal. Incluso supone una adaptación estratégica de las personas a unas estructuras de posibilidad en principio restrictivas en lo que refiere a la burocracia estatal.

    En mi opinión, las políticas migratorias pueden ser más eficaces si son capaces de percibir la incidencia de estas redes (antes de eso, claro está, tenemos que preguntarnos por qué es lo que deben pretender estas políticas), así como si son sensibles a los efectos del proceso migratorio también en el país de origen.

  2. El tema del ‘post’ no es sólo interesante, sino realmente importante para un mundo que se encuentra en acelerado desarrollo, con cambios constantes.

  3. Este post es muy interesante. Me ayudó a abrir los ojos y mirar con otras perspectiva un tema que estoy viendo en la universidad. Muchas gracias por proporcionar este informativo artículo.

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