Ántrax: escrito el jueves 1 de noviembre de 2001*

autor: Miguel Vicente

En el pueblo, cuando estaba a punto de abandonar mi niñez, oí hablar de una enfermedad misteriosa que atacaba al ganado, que seguía siendo contagiosa cuando la res había muerto, porque se quedaba en el suelo. Me dijeron que era el carbunco. Contribuía este relato a aumentar mis terrores infantiles, como lo hacía el relámpago, sobre todo el relámpago en bola que mi abuela Martina describía cómo había entrado en la casa y la abandonó, rebotando de un lado a otro, tras romper un espejo.


Localización en el plano de Manhattan de los lugares de trabajo de las personas que fallecieron en 2001 a consecuencia de los envíos por correo  de cartas con esporas de Bacillus anthracis.


* Hace ahora ocho años que se produjeron los ataques terroristas del 11 de  septiembre, que fueron seguidos por unos sucesos aún no bien explicados en los que varios destinatarios de relevancia pública, entre ellos varios periodistas, recibieron cartas con esporas de ántrax que produjeron más de veinte víctimas mortales. Reproduzco aquí, ligeramente corregidas, unas notas escritas tras un viaje a Nueva York en octubre de ese año.

La CNN cuenta hoy que hace un par de años se realizó un proyecto para averiguar si es posible producir una bacteria, similar a la que causa el carbunco pero inocua, en suficiente cantidad y en la forma adecuada para que si fuese infecciosa se convirtiese en un arma de destrucción. Un equipo de investigadores lo consiguió, invirtiendo más de millón y medio de dólares. Compraron fermentadores, centrífugas y molinos. También consiguieron sin mayor problema los medios de cultivo y el resto de los materiales de laboratorio. Tras unos meses tenían varios kilos de polvo, esporas del germen primo del causante del carbunco. Nos advierte el reportero que ese polvo no era de todas maneras la forma más infectiva de la bacteria, porque para ello se debía haber neutralizar primero la carga electrostática que adquieren las partículas de polvo en la molienda. Eliminarla, o no haberla producido, hubiese necesitado instalaciones y conocimientos disponibles tan solo en las instalaciones de investigación del gobierno norteamericano. Producir polvo de un posible germen del carbunco modificado genéticamente para conferirle resistencia a los antibióticos se considera, según cuenta el reportero, que entraña dificultades tan solo abordables en un laboratorio de una instalación estatal de todavía mayor nivel.

Los gérmenes del ántrax rodeando un glóbulo rojo en el pulmón de un mono. El ántrax pulmonar es la forma más letal de la enfermedad, que también puede manifestarse como lesiones cutáneas o infección intestinal. Imagen de los National Institutes of Health; el color es simulado.


En los años pasados entre estos dos tiempos fui adquiriendo, lo mismo que casi todos los ciudadanos, la idea de que las enfermedades infecciosas no eran ya una amenaza tan grave. Los antibióticos permitían, desde los años cuarenta del pasado siglo, eliminar la mayoría de las infecciones. Incluso la amenaza del retorno de las plagas que habían azotado a la humanidad por la aparición de estirpes resistentes a los antibióticos se aparecía muy lejana.

La inocencia se pierde, pero tarda mucho en hacerlo. Al principio de los años setenta empecé a leer artículos en publicaciones científicas llamando ya la atención sobre la selección de bacterias resistentes debido al abuso y al mal uso de los antibióticos. Ni siquiera perdí el optimismo al principio de los noventa, cuando hasta los medios de comunicación como Newsweek anunciaron que las bacterias contraatacaban. Pensé que en pocos años nuestro trabajo permitiría encontrar nuevos fármacos, que no se llamarían antibióticos porque los diseñaríamos nosotros, para atacar a las bacterias allí donde son más sensibles: en su prodigiosa capacidad de proliferar sin fin. Dirigí entonces la investigación básica de mi grupo teniendo también ese objetivo a la vista, pero ni la técnica, ni el interés social mostrado por nuestro entorno, y mucho menos los medios económicos de los que dispusimos nos ayudaron.

Al verlo, el edificio de Newsweek en 251W, 57th street, al que se entra por Broadway, un poco más abajo de la esquina donde está el restaurante Cosmic, me recuerda que diez años después de haber empezado, nosotros todavía no tenemos una solución. Por ahora las bacterias no solo van ganando la guerra sino que pueden alardear de ganar las batallas, sí, superan mi inteligencia. Ayer mismo, mientras yo regresaba de Nueva York, murió en la ciudad Kathy Nguyen, de 61 años, la primera víctima neoyorkina que sucumbió al ántrax pulmonar. Posiblemente lo contrajo por un contagio casual con una de las cartas que algún desalmado ha rellenado con polvo cargado de esporas de Bacillus anthracis.


Tres de las cartas conteniendo esporas del carbunco que fueron enviadas a distintos destinos en el otoño de 2001.

Las esporas son formas que adoptan algunas bacterias para resistir las inclemencias del ambiente y sobrevivir adormecidas durante los períodos en los que su alimento escasea. Para el bacilo del ántrax, los animales y nuestro cuerpo somos su alimento. Al llegar a los bronquios, las esporas despiertan de su sueño iniciando la producción de al menos tres compuestos tóxicos, junto con todos los demás que permiten su crecimiento, su multiplicación y su permanencia en el interior del cuerpo. De los tres uno es una toxina que impide a los macrófagos, unas de nuestras células encargadas de devorar a cuanto bicho maligno nos ataque, tragarse al recién activado bacilo. Al poco tiempo, en un par de días, los bacilos se han multiplicado y son ya una multitud, pequeño cada uno de ellos, como diría la canción de Pancho López “chiquito pero matón”. Se encaminan a los nódulos linfáticos, un recóndito lugar del cuerpo a donde los antibióticos apenas pueden llegar. Siguen allí, produciendo sus toxinas, que van mas bien con rapidez, envenenando las células de nuestro cuerpo. Antes de que pase una semana, la enfermedad habrá vencido. El infortunado enfermo cesará en su padecer; la mente enferma del criminal que envió la carta quizás sienta una insana alegría. El científico solo puede sentir el fracaso.


La propagación del bacilo del carbunco le lleva hacia los nódulos linfáticos, en donde es poco atacable por los antibióticos, para desde allí acabar, en muchos casos, con la vida del enfermo.

El culpable solo es feliz cuando recibe su castigo”, cuentan que opina Osama Ben Ladino. ¿Quién ha sido el culpable de la muerte de Kathy Nguyen? Hasta cierto punto he de admitir mi culpa como científico, y ya se cuál es mi castigo: seguir investigando aunque no disponga de los medios suficientes para neutralizar las acciones del enemigo. Puede que algún día la suerte me ayude… pero la suerte… ¿existe realmente? ¿O mas bien cada uno fabricamos nuestra propia suerte y en ella englobamos a quienes se nos acercan?

La esquina del edificio Newsweek en los primeros años del siglo XXI. El edificio, en proceso de remodelación durante 2008 y 2009, pasa a denominarse Columbus Tower, 1775 Broadway.


Foro del día 21 de septiembre de 2009 en notiweb


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3 comentarios

  1. Le felisito por su interes por descrivir parcialmente la fiopatologia del carbunco y tan peligrosisimo el antrax pulmonar, pero creo que es mas peligroso el hombre en su afan de dominar y conquistar al mundo y que utiliza lo que esta asu alcase, destruyendo a persona inocentes. estas personas con esta mentalida son como animales si razocinio

  2. […] en su mayor parte a estudiar los patógenos que los gobernantes han identificado como posible amenaza bioterrorista. En 2009 para investigar el carbunco y la peste se invirtieron en los Estados Unidos 94 millones de […]

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