La visión del Mundo en cada época; sus fundamentos: la teoría, la observación, e incluso la experimentación, forman parte de la episteme, esa «moda de su tiempo», expresada en su lenguaje.

En su análisis arqueológico del saber titulado «Les Mots et les Choses», Michel Foucault reflexiona:

La teoría de la Historia Natural no es disociable de la del lenguaje…No se trata de una racionalidad más general que impondría idénticas formas a la reflexión sobre la gramática y a la taxinomía, sino de una disposición fundamental del saber que ordena el conocimiento de los seres dependiendo de la posibilidad de representarlos en un sistema de nombres. Sin duda, que en esta región que ahora llamamos la vida, hubo otras investigaciones que los esfuerzos de clasificación, otros análisis que los de identidades y diferencias. Pero todos reposan sobre una clase de “a priori” histórico que los autorizaba en su dispersión, en sus proyectos singulares y divergentes que convierten igualmente posibles todos los debates y opiniones de los cuales se ocupan. ……

Este “a priori” es el que en una época dada, recorta en la experiencia un campo del saber posible, define el modo de ser de los objetos que ahí aparece, arma la mirada cotidiana con poderes teóricos y define las condiciones en las cuales se puede tener acerca de las cosas un discurso reconocido por cierto.

Todo viene en el mismo lote como parte de la episteme, cada tiempo con su moda.

Las reflexiones de Foucault traen a la memoria un texto de Ortega y Gasset, de su libro En torno a Galileo en el que dice:

El hombre se adapta a todo, a lo mejor y a lo peor; sólo a una cosa no se adapta: a no estar en claro consigo mismo respecto a lo que cree de las cosas. Las cosas no tienen ellas por si un ser, y precisamente porque no lo tienen, el hombre se siente perdido en ellas, naúfrago en ellas, y no tiene mas remedio que inventarles él un ser. El ser, que parece significar lo que ya esta ahí, lo que ya es, consiste en algo que hay que hacer. Surge cuando un hombre se encuentra ante las cosas teniendo que habérselas con ellas, y a este fin necesita formarse un programa de conducta para saber a qué atenerse con respecto la circunstancia. Este es el sentido originario del saber, saber a que atenerse.

Las ideas pueden adquirir un sentido completamente distinto del que han solido tener, un sentido que originariamente excluye la interpretación intelectualista y cientifista. Algo es un problema, no porque se ignore su ser, no porque no se haya cumplido los supuestos deberes intelectuales frente a ello, sino cuando se busca dentro de uno y no se sabe cuál es la auténtica actitud con respecto a ello, cuando entre los pensamientos sobre ello no se sabe cuál es rigurosamente el propio, el que coincide con uno mismo. Y viceversa, la solución de un problema no significa por fuerza el descubrimiento de una ley científica, sino tan solo el estar claro consigo mismo ante lo que fue el problema, el hallar de pronto entre innumerables ideas respecto a él una que lleva la auténtica actitud. El problema sustancial, originario, y en este sentido único, es encajar en sí mismo, coincidir consigo, encontrarse a sí mismo.

El hombre que sabe muchas cosas, el hombre culto, corre el riesgo de perderse en la manigua de sus propios saberes y acaba por no saber cual es su autentico saber. Ha recibido tantos pensamientos que no sabe cuales de entre ellos son los que efectivamente piensa, los que cree, y se habitúa a vivir desde pseudocreencias, desde lugares comunes a veces ingeniosísimos, intelectualismos, pero que falsifican su existencia. De aquí la inquietud, la alteración profunda que arrastran en secreto de si mismas tantas vidas de hoy. De aquí la desolación, el vacío de tanto destino personal que pugna desesperadamente por llenarse con alguna convicción, sin lograr convencerse.

El sentido originario en que algo es problema para el hombre no posee carácter intelectual, ni mucho menos científico. Sino al revés: porque el hombre se encuentra vitalmente, esto es, realmente perdido entre las cosas, y ante las cosas no tiene más remedio que formarse un repertorio de opiniones, creencias o actitudes intimas respecto a ellas. Con este fin moviliza sus facultades mentales construyendo un plan de atenimiento frente a cada una y a su conjunto o Universo. Este plan de atenimiento es lo que llamamos el ser de las cosas. No es, pues, la vida para la inteligencia, ciencia, cultura, sino al revés: la inteligencia, la ciencia, la cultura, no tienen mas realidad que la que les corresponda como utensilios para la vida.

En cada época existe una disposición fundamental del saber o episteme. Este es el repertorio de opiniones, creencias o actitudes íntimas respecto a las cosas al que se refiere Ortega y que constituyen el lenguaje de esa época. Observación, experimentación, teoría,…..son súbditos de la episteme, de éste plan de atenimiento que llama Ortega al ser de las cosas y que se expresa rotundamente en el lenguaje…….

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